
Correr detrás de un balón es fascinante. Y más cuando la bola va a dormir al arco, enviada por el jugador que aprovechó su habilidad o el momento ideal para anotar el gol, que genera éxtasis entre el anotador y quienes lo viven con todo el corazón, gritando a todo pulmón.
El fútbol nació como una diversión del hombre y se ha impregnado tanto entre la humanidad, que las mujeres también lo han acogido como parte de sus vidas, ellas también gozan con él. Pero ese desarrollo no se ha dado solo, ni por obra y gracia del Espíritu Santo. La masificación del balompié tiene un culpable: los medios de comunicación. La radio, la prensa y la televisión se han encargado de ‘meter’ el fútbol en las venas de chicos y grandes, sin importar el sexo y su estatus social.
Es una disciplina apasionante, que da alegrías y tristezas. Que es capaz de hacer olvidar, así sea por un momento, las amarguras, que por más duras que sean pasan a un segundo plano, para darle cabida a la felicidad por una linda jugada o por un hermoso gol.
En Colombia, cuando el fútbol se jugaba por ‘hobby’, era una maravilla ver a los artistas en acción. Lo hacían por amor al arte, por divertir al público, que no pensaba en agresiones, pues no existían los ‘hooligans’, imperaba la familiaridad, los hinchas de uno u otro equipo compartían sin mirar el color de la camiseta.
Pero de aquel fútbol poco queda. Los jugadores de hoy piensan más en el dinero que en el balón, no arriesgan, se cuidan de lesiones y hasta se dan el ‘lujo’ de menospreciar a la afición, que paga por verlos. Cuando quieren juegan bien; cuando no, lo hacen por cumplir, desafiando el club al que prestan los servicios, que por algún motivo no está al día en los salarios o porque detrás de ellos está el empresario que los incita a jugar a media máquina, con la promesa de que le tiene un contrato de ensueño en un club extranjero.
Los jugadores, al igual que los directivos, se han vuelto ‘intocables’. No admiten críticas, ni reproches, se creen los Todopoderosos, inclusive desconociendo que gracias a los medios de comunicación están en la gloria. La comercialización del fútbol le quitó ingredientes fundamentales, tales como un digno espectáculo, muchos equipos se limitan a buscar un resultado e ignoran a la afición. Lo grave de todo es que los entrenadores han entrado en esa tónica, llevándole la ‘cuerda’ al dirigente, a quien el signo pesos le ronda por la cabeza y el sacrificado es el hincha, que debe someterse a los irrespetos, obligándolo a desertar de los estadios.
El mercadeo es gigante y de no haber sido así en Colombia no tendríamos el fútbol que se tiene, bien estructurado y excelentemente competitivo. El pecado no está en la comercialización; por el contrario, el fútbol como empresa es una maravilla. Lo que pasa es que no se puede perder la humildad y sacar de taquito a quienes verdaderamente lo han impulsado. La prensa jamás deberá permitir que los actores del fútbol la ‘pisoteen’ y le nieguen el acceso a la fiesta.
Primero porque ha sido la precursora de la masificación con su constante divulgación y segundo porque el fútbol sin medios de comunicaciones no sería el mismo. Los dirigentes no pueden confundir lo administrativo con lo deportivo y pensar que son los mesías del fútbol, cuando la admiración ha sido creada, sin querer queriendo, por los medios de comunicación, que le dedican horas, páginas enteras en los periódicos y muchas imágenes de televisión, que se incrustan en la mente de niños y adultos, quienes aman cada vez más el fútbol.
El año pasado el fútbol colombiano celebró sus 60 años de existencia y quienes lo manejan escogieron a los invitados, como si la prensa no fuera una sola. Tremenda equivocación. Si fue una táctica para castigar a quienes les criticamos sus desaciertos, están en fuera de lugar, la verdad no se puede esconder en el fútbol.
Lo que nos interesa es que el fútbol siga creciendo en medio del Juego Limpio.
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